martes, 14 de febrero de 2012

Mi entranamiento para ti



Me gustan las escaleras, por la gente que sube arrastrando las piernas y el aliento, y por la que baja como bulto de cemento, que dejan caer fuertemente. Tal vez por eso escogí la escalera para ir a sufrir por ti.


Mi vecino, el anciano señor Rojas, pareció sorprendido al encontrarme sentado en la escalera, seguramente lo que llamo su atención fue mi mirada triste, y las doce horas seguidas que tenia sentado en la escalera. Me di cuenta del interés que de pronto le desperté, al sentir su mirada, tuve la idea de creer que a alguien le importaba, pero eso ya no importaba.
Hoy termine mis tareas diarias, tareas domesticas: lavar el baño, lavar ropa interior, hacer mi comida, etcétera. Quería disponer de más tiempo para elaborar mi programa de entrenamiento llamado, "Si no duele, no sirve", y escoger un ejercicio. Es duro el aprendizaje del dolor, yo lo considero una disciplina o un oficio. El ejercicio diario del dolor da la mirada de perro abandonado y el color de los aparecidos.  

Otro día más de entrenamiento. De nueva cuenta la mirada insistente del señor Rojas, y en su mirada se veía la temida pregunta; inútil decirle algo, deje que bajara con la duda de mi sufrir. 


Con varias horas entrenando en aquella fría y lúgubre escalera (más vieja que el señor Rojas), oí pasos que subían, sude en frío y esté recorrió todo mi cuerpo. Inconfundible el sonido de esos pasos, ruido que provocan al andar, sonido que hacia sentirme: loco, alegre, confuso, enamorado. Ahora solo causan en mí: odio, rencor, unas ganas inimaginables de retorcerle el cuello a la persona que ocasiona ese ruido. Me levante, corrí y casi cayendo entre a mi departamento. Pegado a la puerta, espere que terminara el sonido de los pasos, pasos que eran alfileres enterrándose en mi piel, en esta piel que mucho tiempo froto la suya (piel suave como el durazno). Quería salir gritando y decirle que la amaba, pero ya no era así, ahora solo me debía al dolor de no ponerla tener.

Varios meses después de entrenamiento constante (en mis escaleras), obtuve el resultado esperado, el dolor me ayudo a olvidar esa figura angelical, y a soportar el ruido diario que sus pasos provocaban al pasar por mi puerta.
Un día de esos, cuando uno se siente solo, me pregunte: ¿La amo?, Sí. Con todo mi ser, y es mi peor enemiga. Ella puede terminar con mi razón de ser. La amo desde que sentí sus manos entre las mías. Si yo fuera un tipo común y corriente, como el señor Rojas, iría corriendo a su departamento y me acostaría con ella. Sería el naufrago de su ternura y caricias, pero ahora yo me debo al dolor que ejercite día tras día, hasta lograr su perfección. Me debo al dolor de amarla y verla desde lejos, y también a través de una cerradura. ¿La amo?, Sí. Porque todos los días se desliza suavemente por la escalera como una sombra o como un sueño que se desvanece de mi mente. 

La idea (que si ya no es para mi, no será para nadie) es más fuerte, que su sonrisa y su voz. 
He pensado si su recuerdo un día abandonara mis entrañas, si un día ella se borrara tajantemente de mi vista, de mi vida. Sería una pérdida tan grande para mi. Sería difícil de creer (para otros) si el día de mañana, viera su imagen toda ensangrentada en los periódicos amarillistas con un titular: "Joven muere al caer accidentalmente de una escalera".

Lo he decidido, ese titular aparecerá el día de mañana, a pesar de todo, estoy entrenado para soportar el dolor.

2 comentarios:

  1. Buenas noches Aaron. La verdad me perdí desde el primer párrafo. Creo que tu historia es buena. Solo intenta darle un poco más de orden a tus ideas.
    Saludos.

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